"Juntos en cada paso: del hospital al hogar"
Una experiencia muy cercana en la Semana Internacional de la Prematurez
Malena permanecía despierta, eso de que a los bebés les adormece el andar del auto, no funcionaba para ella en este momento. Creo que sabía que algo bueno estaba a punto de suceder. No más pinchazos, estudios, necesarios, pero hartantes. No más separaciones ahora todo lo que viniera a ella sería una caricia sostenida, abrazos, amor.
Bajamos del auto y entramos a casa, ¡por fin en casa! luego de dos largos meses. La tenía en brazos y le iba contando las comodidades de nuestro hogar. Todavía no habíamos comprado una cuna…vino tan de repente… no hizo falta, nos tenía a nosotros y una cunita portátil que pusimos en el medio de ambos a la hora de dormir.
No lloraba, increíble!! Cada vez que llegaba a la NEO bien temprano a la mañana, se escuchaba los gritos pelados. Las enfermeras descansaban cuando yo aparecía….le decía: “ Male ya estoy aquí” desde la puerta y ella se calmaba. Juro por todos los que amo, que es verdad. Por si alguien duda de ello. Con apenas 2 kilos luego de ganarlos a duras penas desde los 1000 gr, ella ya sabía quién era. Luego empezó a llorar en casa por las noches y no podía calmarla, me enojaba y a la mañana siguiente le pedía disculpas. Marcelo sí podía, le cantaba como lo hacía cada vez que le permitían ingresar a la NEO. Las noches ahora tenían otro ritmo, algo que jamás había imaginado.
Tenía los ojos grandes y atentos, le presenté la cocina donde haríamos comiditas ricas. Esa mesa grande ya no me vería llorar esperando que se haga la hora para ir a visitarla.
Mi vecino supo que había tenido mi primera hija y cuando volví a casa luego de los tres días post cesárea, me preguntó: ¿y la bebé? Le contesté muy groseramente “no tengo nada para mostrar” y entré. Con el tiempo me disculpé y la vio crecer 15 años hasta que se mudó.
Los brazos vacíos de bebé son una puñalada. Pero ahora sí estábamos en casa. Era 29 de diciembre de 2005 y con 2,100 gr. nos dieron el alta. Decidimos quedarnos allí y pasar fin de año los tres. Estaba feliz, pero cansados como para soportar un festejo hasta altas horas de la noche. Igualmente vimos y escuchamos los fuegos artificiales, porque cada tres horas debíamos despertarla y darle de comer.
Una vez en casa nos recuperamos las dos y pudimos retomar la lactancia hasta los 6 meses. Me habían dicho que no me esforzara, que era muy difícil darle la teta a un bebé tan prematuro. Nos salió casi sin esfuerzo, pudimos y cuando llegó el momento de dejarnos, lo hicimos amorosamente. Hay tanto más para contar….
El primer día que volví a trabajar luego de una licencia, terminamos todos en la guardia. Ahora lo recuerdo con risas. Pero me enojé muchísimo. Le pedí a la pediatra que nos atendió si había algo para calmar el dolor que Male tenía y me contestó que me tomara una pastilla yo. Ninguna indicación. Bestia. Parece que la ternura no le salió a flor de piel, una madre primeriza que necesitaba ayuda. Por eso hoy día decimos que muchos del cuerpo médico necesitan saber de salud mental perinatal. Me la crucé mil veces después, trabajábamos en el mismo lugar. Finalmente llegué a sentir pena por ella, carente de empatía, totalmente necesaria para asistir tanto a la infancia como a sus madres.
Cada vez que volvía de la clínica donde trabajaba le compraba un regalito, no daba más de la culpa que me daba dejarla, separarme de ella. Hasta que sensatamente me di cuenta que no era por ahí la cuestión. Que la culpa es inherente a la maternidad los supe mucho después, que se yo….luego aprendí, hasta que pude ofrecerle un argumento sincero cuando pudo preguntarme ya a los casi tres, a dónde iba. Nada de “a ganar plata para comprar lo que nos falta, o juguetes para vos”, simplemente porque me gustaba y estaba feliz de hacerlo.
“Juntos en cada paso: del hospital al hogar” me recordó mucho esa primera llegada y los meses siguientes, algunos duros con reinternaciones, escapadas a la guardia, otros de tranquilidad y descanso mientras todos crecíamos.
A lo largo de la vida seguí llorando, como cuando me cerraron el portón del jardín o cuando la vi recientemente ir por el pasillo de ingreso a la universidad. No es angustia, por cierto, es emoción de vida, de poder contarlo, de poder compartirlo. No soy de las personas que añoran el pasado, no quiero a mis hijos pequeños nuevamente, quiero verlos crecer y acompañarlos porque todas las etapas tienen su encanto.
Tengo una amiga que cada vez que festejamos el cumple de mi hija, relata lo que vivió el día que nació mi Male. Es como un ritual que a sus propios hijos ya les cansa oírlo, pero sabemos lo impactante que fue su llegada y lo que nos conmueve, lo volvemos a contar.
No se si me hubiera dedicado a lo psicoperinatalidad si la maternidad con Male no me hubiera partido al medio. Pero siempre estuve cerca trabajando como terapeuta familiar.
Quería escribir motivada por este lema anual que lidera el título de este newsletter. ¿Por qué hacerlo? Porque la escritura permite la simbolización y con ella nuevas representaciones, nuevas narrativas. Porque no soy siempre la misma contando la misma experiencia. El recuerdo a veces se disipa, y cuando se lo estimula aparecen algunos otros tintes. Leyendo también aparecen situaciones que no había advertido, por eso apunto a la Biblioterapia perinatal por si acaso hubo alguna emoción que quedó congelada, la trama de una cuento, de un relato, estoy segura que logrará derretirla.
Nunca le pude decir a mi hija que el día que nació fue el día más feliz de mi vida, estaba aterrada, llena de incertidumbre, con sentimientos contradictorios, una cesárea de urgencia que me dolía y el corazón impactado. Sí pude decírselo, y se lo recuerdo siempre, cuando pude cruzar el umbral de mi hogar con ella en brazos.
“Siempre me da alegría verte mamá, cuando me venís a buscar” me dijo Male una vez de regreso del jardín. “Y yo, de tenerte. Te amo hija”.
Hola Patri... gracias por compartir tu relato. Que enriquecedor escuchar las experiencias de quienes transitaron la prematurez de sus hijos e hijas! Te mando un abrazo a vos y a Male.